martes, abril 29, 2008

Redacción: tema libre

Eran las 18:28 y yo corría desde la otra punta del Paralelo para llegar a las 18:30 al teatro Apolo. Bajé por platea con el redoble de tambor y posé mi culo sobre el asiento en el chan final. Carol me esperaba en una butaca de la quinta fila. Me gustó mucho la estética decadente de Cabaret, especialmente me gustó la bailarina rubia que tocaba el saxo. ¿Lo tocaba de verdad? Me fijé en sus dedos pero no descubrí nada, ni si tocaba, ni su nombre ni donde había nacido. Los dedos no aportan demasiada información.

Después estuvimos en el bar de Doctor en Alaska, hemos descubierto que se puede cenar. Me encanta ese bar, te metes dentro y sientes que te refugias de la nieve, que los niños no pueden ir al colegio.

El domingo por la tarde vimos en el cine la última película de Isabel Coixet. A mí no me sorprendería un hombre que tiene libros de arte en su casa porque yo tengo muchos. Tal vez si tuviera libros de astronomía o de trucos de magia me impactaría más. Viendo la película recordé a mi madre llorando delante del espejo. Dijo: me han destrozado el cuerpo.

Al salir del cine estuvimos paseando, vimos millones de perros caros en la calle con sus amos.

Me quedé en casa de Carol hasta el lunes por la mañana. Vino el del gas. La vi con esos papeles que te dan para certificar la revisión y me pareció que aquello ya era de adultos. Se lo dije y se rió, me dijo que yo era chiquitilla. La verdad es que no lo soy en absoluto.

A media mañana me subí en el coche y el parabrisas estaba lleno de dientes de león huidos de la selva.



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