domingo, febrero 01, 2009

y no, no es por desamor


Desde que tengo el blog blanco lo veo todo muy negro. Y no, no es por desamor, a ver si ahora toda la culpa la va a tener el amor. ¿El amor? mejor que nunca, gracias.

Lo de verlo todo negro me va a rachas, eso sí, pero a unas rachas de 200 km/h, imparables. Imposible peinarme el flequillo.

Cuando iba a 2º de Bup un amigo escribió un poema para el premio Sant Jordi del instituto. Él se presentó a poesía en castellano, yo me presenté a todas las categorías posibles porque de esa forma seguro que ganaba algo (estos concursillos del cole siempre los ganábamos los mismos). En su poema hablaba de un chico que desde la ventana veía un gran desierto fuera que crecía y creía cada vez más, hasta que el desierto empezaba a entrar en la habitación del chico. La imagen debió calarme hondo porque la recuerdo muy a menudo. Para una canción de hace tres años escribí: "Me encontraste en un desierto/ yo había abierto las ventanas / y la habitación se había llenado de arena y barro". Supongo que me inspiré en el poema de mi amigo. Pues lo de las rachas que lo arrasan todo son para mí como el desierto creciente del poema.

Nada ha cambiado a mi alrededor, así que deduzco que el motivo del vendaval está en mi cabecita llena de árboles verdes y floridos, con los troncos doblados por el viento, con las copas a punto de rozar el suelo y brindar, chin chín! Y el suelo de mi cabeza lleno de objetos traídos por el viento desde muy lejos, desde más allá de la nuca: sombreros, sillas, una sábana rosa, un barco destartalado, guantes verdes, una colchoneta de playa, una garrafa de agua vacía, dos ruedas...

El viento que hace fuera lo predicen los hombres del tiempo y nos dicen de dónde proviene, casi siempre de otros continentes que en forma de aire son misteriosos y enigmáticos. Pero el vendaval de la cabeza no lo predice nadie.


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